viernes, 19 de enero de 2018

VIOLETA PARRA EN CONCEPCIÓN: 1957-1960.

El libro de Fernando Venegas, “Violeta Parra en Concepción y la frontera del Biobío: 1957 – 1960” recientemente publicado por la Universidad de Concepción con el apoyo del CNCA viene a demoler dos prejuicios santiaguinos. El primero, según el cual los historiadores del arte  serían quienes habrían recuperado las crónicas periodísticas  como fuentes para la historia; el segundo, que reducía la existencia de “arte y política” a un género, poco menos que inventado en los años ochenta, para dar cuenta de la preeminencia de un grupo de obras plásticas en la escena artística, y que tendrían por efecto la supuesta renovación de prácticas que se han dado en llamar “insubordinadas”.  En verdad, ya me he referido a la base argumental y a la trama política bajo las cuáles estos prejuicios se han instalado en la “joven crítica” santiaguina, desconociendo la especificidad de contextos y declarando una primacía metodológica que encubre, si no, algún tipo de ignorancia, al menos una evidente “mala fe” analítica.

Sin embargo, los prejuicios mencionados solo circulan en el reducido coto privado de caza en que se ha convertido el comentario académico de  la glosa. Lo que este libro viene a consolidar es el esfuerzo de las escrituras  que  trabajan sobre las condiciones locales de escritura, no solo de la historia social, sino de la literatura y  de las instituciones de reproducción del saber.  En este sentido, Violeta Parra sería un hilo conductor para el estudio de los efectos que tuvo en la organización de la cultura chilena contemporánea la “política cultural” llevada a cabo por la rectoría de David Stitchkin en la Universidad de Concepción, justamente, en la coyuntura de 1957-1960.  Hilo conductor que sería un síntoma indicativo de la singularidad de un formato de intervención institucional, como las Escuelas de Temporada, en el seno de un gran aparato de Extensión Universitaria.  Pero todo esto  solo permite el acceso a un contexto complejo, en el seno del cual, el arribo de Violeta Parra constituye un momento de relevancia mayor que sobrepasa el rol atribuido, obligando a Fernando Venegas a abordar  la reconstrucción del diagrama de trabajo de la artista.




Cuando se dice que un investigador se ve obligado a enfrentar un problema, se omite los antecedentes por los cuáles el problema se constituye. Obligación que responde, en suma, a los obstáculos que la propia historia local plantea, como es el caso de la posición de la cultura popular en la mencionada coyuntura y del creciente proceso  de “descampesinación”  en la región, que “no va a significar necesariamente la pérdida de esa cultura campesina”  (Venegas, 213) en cuyo rescate y conservación Violeta Parra jugará un rol determinante. Justamente, ese era el temor que la asolaba: la pérdida de un canto.  ¿Y cómo va a enfrentar ese desafío?  Recuperando la palabra y el canto en el momento de su mayor amenaza. Ya con solo eso, Violeta Parra ocupa un lugar en lo que hoy día podríamos denominar “historia patrimonial” chilena.  

El gran aporte de este libro reside en el hecho de contextualizar la fase de creación poética propiamente tal, que proviene del profundo conocimiento que la artista adquiere de las formas tradicionales del folklore y de los sedimentos de la cultura campesina que proviene de la labor misional tanto franciscana como jesuita,  forjados desde fines del siglo XVIII.   Pero además, en el método, realizado como corresponde, tanto en el trabajo de archivo de la prensa local como de las entrevistas a personalidades relevantes y su puesta en perspectiva, proporciona elementos de gran riqueza para realizar el análisis de contexto.

En algún momento he sostenido que solo hay escena local cuando se articulan tres elementos: universidad local,  clase política local y crítica local. Lo local pasa a ser una construcción analítica que proviene de la articulación de estas tres instancias de producción de subjetividad. 


Cuando me refiero a la existencia de una crítica local me refiero a la existencia de una producción específica de comentario, de la que Violeta Parra será un objeto privilegiado entre la mitad del año 1957 y la primera mitad del año 1958. Existen a lo menos tres soportes de prensa en donde su palabra es difundida, transcrita y analizada:  El Sur, Crónica y La Patria, en Concepción; La Discusión, en Chillán.  En este terreno, Fernando Venegas logra trabajar una discursividad a la que le saca un gran partido analítico, a partir del empleo del concepto de sociabilidad, que le permite dar cuenta de las operaciones efectivas que tienen lugar en un espacio social determinado y que da cuenta de la filigrana  formal y profesional en que tiene lugar  la actividad de Violeta Parra, en el Concepción de 1957 a 1960. 

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