miércoles, 20 de diciembre de 2017

GLORIA CORTÉS


Gloria Cortés fue mi alumna en la Universidad de Santiago, en el campus del Tecnológico, cuando éste quedaba en Dominica y comenzaban las primeras marchas en el patio en contra de la dictadura. Luego llegaban las “fuerzas especiales”, lanzaban lacrimógenas y salíamos de las salas de clases porque no se podía respirar. Estábamos en Comunicaciones y todo indicaba que Gloria Cortés se especializaría en Medios y terminaría trabajando en una gran agencia. Pero me la encontré, nuevamente, en otra universidad, estudiando historia del arte.  Fue entonces que le escuché una magnífica ponencia en que abordaba la historia de los hermanos Palacios. 
En efecto,  Antonio Palacios había llegado a Chile en compañía de sus hijos Manuel Palacios Daqui, pintor, y Pedro Palacios Rodríguez, escultor, en 1826. Su permanencia en el país, se extiende hasta 1846, fecha en la que regresa a Quito. Tanto Manuel como Pedro permanecen en Chile, estableciendo talleres de producción artística en Santiago y ciudades como Concepción, asociados a pintores como el francés Boyer y a escultores como el también quiteño Ignacio Jácome y el chileno Telésforo Allende. Manuel regresa al Ecuador en 1854, para establecerse como comerciante, muriendo en 1906.
El ensayo que escribió junto a Francisca del Valle trataba la cuestión de la circulación y la transferencia de la imagen a comienzos del Chile republicano, esbozando  unas hipótesis muy competentes sobre el comportamiento y funcionamiento  de la escena plástica, en momentos  cercanos al arribo de Monvoisin.  Esto suponía establecer relaciones entre espacios de reticencia relativa, entre pintura de salón de clase ascendente y pintura de culto.    
De inmediato puse atención en los dos términos. No hay circulación sin transferencia. Y las transferencias se construyen sobre tramas de circulación muy definidas. La ventaja de su posición se asentaba en el estudio histórico de la construcción del paisaje local  hispanoamericano y no en la metaforización extrema de un discurso que pasa al lado de las obras.  Y eso ha sido lo que ha caracterizado su trabajo, todos estos años: ponerse en el centro de las obras. 
Bueno. Es justamente lo que hace, por ejemplo, cuando en el 2009 concibe la muestra “Chile Mestizo” y la realiza en el CCPLM.  Lo más grave de esta operación es que puso en escena el hecho de que la “pintura religiosa” en Chile, viene de fuera y que no es el fruto de una especie de auto-producción oligarca originaria. Y lo peor: tenía rasgos no-europeos. O sea: Ya era difícil soportar que el Mulato Gil fuese peruano y mulato. El nacimiento de la república le debe su puesta en imagen. En el terreno del culto  era la norma. Venir de fuera. Sin transición. Eso marca una disputa historiográfica y fue acusada en medios académicos de hacer un uso irreflexivo del término mestizo. 


Pero el campo de la curatoría es el campo de los “usos irreflexivos” de los conceptos. Sería el caso, de “(en)clave Masculino”, porque aquí, respecto de la historia de la representación del cuerpo en una colección pública, ¿que más irreflexivo que sostener la hipótesis homo-erótica inconsciente sobre la que se sostiene la “ideología del cuerpo” en el curso del siglo XIX? Habría que acusarla, a demás, de anacronismo. Lo que pasa es que  no se sabe si la irreflexión es efecto directo de un cierto tipo de mestizaje historiográfico, o bien, si el mestizaje configure desde ya un espacio de irreflexión.  Nuestra oligarquía, al no dominar consecuentemente el dominio sobre  el destino de la imagen religiosa en el momento de (la) independencia, se somete a reproducir  irreflexivamente la transferencia del sentido común  plástico de la Francia del Segundo Imperio.  Es decir, de lo que  creen entender que es eso, porque tampoco escucharon lo que Monvoisin les quiso decir cuando trajo “9 Thermidor”.
Entonces, el gran aporte autónomo de Gloria Cortés, en cuanto a pensamiento y a iniciativa curatorial, se sitúa en cuestiones de periferización ligadas a filiaciones perturbadas y en las grandes cuestiónes críticas de la teoría de género en historia del arte local.
La mezquindad, la obsecuencia, el chaqueteo, la persecusión administrativa, son experiencias comunes que Gloria Cortés debe enfrentar a diario  como único argumento en contra de su trabajo.  Incluso, llegan a subordinarla a oscuros propósitos conspirativos forjados por otros, cometiendo el acto fóbico de desautorizar su independencia orgánica y dudar de su integridad curatorial, solo porque no ha estado “patriarcalmente” disponible  para satisfacer  arbitrarias decisiones en el campo de la musealidad y del manejo de colecciones.



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