miércoles, 3 de mayo de 2017

LA REVOLUCIÓN PRIVADA DE LAS FORMAS.



Después de asistir a una exposición ordinaria; es decir, que no presenta ninguna torsión  conceptualmente significativa en su relato museográfico,  es  necesario   someter  el texto del catálogo de la exposición La revolución de las formas a una lectura exhaustiva y  “al pie de la letra”, ya que desde la primera frase hay materia para disentir.  No es dable señalar con ostentación que doscientas obras provienen de colecciones privadas y públicas, porque haciendo un recuento simple de las obras reproducidas en esta edición, contamos 172 obras[1] provenientes de colecciones privadas y  solamente 24 provenientes de colecciones públicas. Esto es como para sostener que la base de toda la exposición proviene de colecciones privadas y que las obras provenientes de colecciones públicas  son solo 12  que corresponden a pinturas, mientras  que las restantes, o son fotografías o son reproducciones de obras escultóricas.  En tal caso, lo que enfrentamos es la revolución privada de las formas, que organiza una exposición  destinada a poner en valor el discurso de un (in)cierto  coleccionismo que especula sobre la hipótesis de posesión de un “capítulo fundamental para el arte chileno”. 

El  curador de la exposición y autor del ensayo introductorio del catálogo  pone todo su empeño en declarar heroicamente que dicho capítulo  ya fue escrito bajo la forma de manifiestos, los que sin embargo,  han sido  insuficientemente leídos.   Sin embargo,  lo que nos  dice es que dicha textualidad  habría generado una voluntad de transformación de la cultura y de la sociedad, “integrando el arte a la vida cotidiana”.  Lo cual  supone por una parte, que no se ha conocido en el arte chileno una eficacia mayor en  la conversión de un  discurso  programático en efecto institucional en el campo del arte,  y que por otra,  esas obras serían la prueba de un tipo de  integración de las artes que habría transformado las relaciones entre cultura y sociedad.

En verdad, sorprende que semejante atribución le sea transferida a  una revolución formal, en un terreno en que ni la revolución política ha logrado  sus propósitos.  Pero en este punto, el autor no hace sino exponer su máximo optimismo narrativo al declarar que aquello que no fue obtenido en el terreno político, al menos fue alcanzado y con creces, en el terreno de un mito inclusivo anticipado. 

Es como si se pensara  que la vanguardia política nunca entendió que para triunfar debía  integrar el  arte en la vida cotidiana.   Declaración sorprendente, cuando es un hecho reconocido que la pintura chilena no ha hecho más que ilustrar e discurso de la historia.   Sin embargo, la gran epopeya del arte abstracto habría  consistido, a lo largo de sesenta años,  en encarnar esta  supuesta integración.  En verdad, en relación a los hechos, nada permite responsablemente realizar una afirmación de esta naturaleza.  No existen pruebas históricas de que los manifiestos de los artistas abstractos hayan tenido efectos en la industria, por hacerlo más fácil, ni en el diseño.  En el supuesto de que la vida cotidiana se organiza bajo  su hegemonía. 

Por el contrario,  la industria y el diseño fueron siempre mas adelante de lo que el arte abstracto chileno pudo siquiera imaginar.  Resulta  muy poco serio sostener una hipótesis de integración de las artes exhibiendo un muro de la fábrica Savory.   Tampoco el mural del Colegio del Verbo Divino permite pensar en una redefinición de las relaciones entre arte y  propaganda fide.  ¡Y que decir del friso de Matilde Pérez en el Apumanque!   Nada de eso supera los más mínimos y no menos legítimos deseos de ilustración subordinada de ensoñaciones fabriles, comerciales o pedagógicas. Pero llamar a esto una “revolución”, no solo parece exagerado, sino que resulta historiográficamente inexacto.

No solo no hubo revolución, sino  tampoco  integración.  Repito que  la arquitectura, la ciencia, el diseño, el urbanismo, la literatura y la música estaban uno y tres pasos adelante de las ensoñaciones de los abstractos chilenos, que a duras penas remontaban el efecto de tardanza, por no decir, de retraso estructural respecto de la producción referencial de la abstracción  rio platense,  carioca o paulista, por mencionar las más cercanas. 

El autor arriesga una interpretación que espera sea reconocida como un gran aporte a la reflexión, ya que identifica dos momentos  generativos de la abstracción local: los años 20 y los años 50. Sin embargo, poner al creacionismo de Huidobro como un antecedente de la abstracción es una operación que se aproxima a la superchería, cuando no al forzamiento directo de las fuentes.  Me tendrán que disculpar, pero la serigrafía del  Moulin (c.1942) es más deudora del caligrama que del suprematismo.  Las pinturas “verdaderamente abstractas” corresponden a Sara Malvar y en la exposición ocupan un lugar desmejorado, porque se omite su autonomía formal respecto de Huidobro y se sobre-inflaciona el efecto que el discurso estético del poeta tiene sobre una supuesta vanguardia chilena representada por Montparnasse y el grupo decembrista.

Lo que el autor sostiene resulta simplemente de una arbitrariedad que refleja un deseo de vanguardia que está dispuesto a pasar por encima de los hechos. Unos collages  que “presentan volúmenes abstractos”  -¡magnífico oxímoron!-  realizados en Chile en 1935 no hacen más que exponer a sus “cultores” a la más ofensiva de las ingenuidades.  Obras de Gabriela Rivadeneira y Sara Malvar podrían sostener una hipótesis no-dependiente de Huidobro para reorganizar el estudio de dicha coyuntura.  Y lo que no debe dejar de tomarse en cuenta es que las citas de un artículo de Waldo Parraguez sobre “plástica moderna” dan cuenta de una polémica interna del espacio arquitectónico chileno, y no considera la escena plástica.  Si en Chile ha habido revolución de las formas y  si éstas han “producido vida cotidiana”, esta le corresponde a la arquitectura  moderna local, que no le debe absolutamente a la escena plástica.

Se equivoca el autor al mencionar la fallida reforma de la Escuela de Bellas Artes de 1928 como un acontecimiento próximo a la vanguardia montparnassiana. Uno, porque no es ninguna vanguardia, sino solo un tipo de transferencia  tardía y diferida que no satisface el sentido común plástico local.  Dos, porque la supuesta reforma que conduce al cierre de la escuela  no es expresión de vanguardia alguna, sino por el contrario, expone el deseo plebeyo del Ministro Ramírez de favorecer unas artes aplicadas  que debían colaborar con el desarrollo de la industria nacional, en desmedro de unas “bellas artes”  calificadas como expresión de la oligarquía enemiga de Ibáñez.  A lo que se agrega la persecución de que es objeto un artista como Gazmuri,  acusado de cubista por quienes asumen el control de la escuela luego de la caída de Ibáñez y reinstalan el canon de las bellas artes. Entonces, ¿de qué reforma está hablando?  Tres, porque los artistas chilenos que viajan a Europa en el año 20, no “se aventuraron, bajo un deseo de búsqueda y actualización”, sino que fueron a Paris a confirmar lo que  ya sabían,  quedando en una condición de orfandad extraordinaria, ya que los referentes que habían ido a buscar no existían,  porque habían sido barridos por unas vanguardias históricas  para cuya comprensión estaban epistémicamente inhabilitados.



[1] Incluyo en éstas alrededor de diez piezas que provienen de fundaciones o  galerías, que considero forman parte de una colección privada. La pregunta que nadie se hace en esta exposición es por qué hay tan pocas obras abstractas en las colecciones públicas.  La mayoría de ellas provienen del MNBA y del MAC. Pero habría que verificar si en dichos acervos  solo existen estas obras abstractas que han sido seleccionadas para esta muestra, lo cual denotaría la existencia de una conjunta anti-abstracta que desde las  instituciones públicas afectaría  la comprensión de una “revolución”  formal que sin embargo tendría a su haber “la integración del arte con la vida cotidiana”.   Sin embargo, tampoco se verifica el inventario de pruebas a través de las cuáles, a lo largo de sesenta años, dicha integración habría tenido lugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario