miércoles, 22 de febrero de 2017

SE VIENE MARZO



Hace unos domingos atrás, Waldemar Sommer escribe en Artes&Letras sobre Picasso. Lo que uno esperaría, en plena exposición del CCPLM, sería un recorrido por la mencionada. Sin embargo, lo que hace Waldemar es una “maldad extraordinaria”: declara la indigencia expositiva del CCPLM por ostentación descritpiva de la matriz.  Entre el subterráneo de una plaza cívica y el Marais no hay  donde equivocarse.  

Luego, en estos días, tanto LUN como theclinic ponen por delante las palabras del hombre en situación de calle que robó la pintura de José Pedro Godoy.  De hecho,  es  curioso que el robo haya sido más comentado que la propia exposición.  Resulta comprensible, por lo demás, pensar que la pintura de Godoy no represente la estrategia de re/sacralización de la escena plástica que promueven –fallidamente- algunos agentes obsesionados por encontrar una pintura católica ejemplar.

Entre tanto, exite un profundo silencio desde el gabinete de Ottone sobre las vinculaciones del Centro de Arte de Cerrillos con el proyecto del Serviu. Es decir,   espero que pueda  responder de qué manera la instalación de un centro de arte experimental se traduce en “producción de ciudadanía”, en una zona de reconversión urbana de alto valor social.  Precisiones como éstas deben ser puestas en evidencia, no solo por el ministro de simulacro, sino por su asesor,  y sobre todo, por el señor alcalde de Cerrillos, que ha sido la personalidad política  más violentada en su potestad por unas promesas cuyo alcance probablemente nunca llegó a comprender en su real dimensión.

Valga señalar, en todo caso, que durante toda la duración de la exposición inaugural de Cerrillos, no hubo ni uno solo gran reportaje a la exposición misma. Ni siquiera Catalina Mena se atrevió a escribir sobre el tema  en revista Paula.  Y tampoco hubo alguna columna que valiera la pena, ni en artischock ni en arte-al-limite.  Recuerdo, eso sí, una melosa -por no decir babosa- entrevista, en la primera de estas revistas, a los curadores invitados a “legitimar” el Centro de Arte antes de su inauguración.  Pero ninguna de ellas recogió las objeciones que formularon al proyecto de Camilo Yáñez, tanto  Alfredo Jaar como Luis Camnitzer.

Una vez levantada la muestra, tampoco ha habido  recensión alguna sobre su contenido ni sobre  su proyección.  Ningún artista cuya obra fue arrendada para el efecto expositivo ha  hecho declaración alguna; ni siquiera aquellos  en que el “montaje” dañó  gravemente la presentatividad de sus piezas emblemáticas.

Ahora, lo que se viene, para comenzar el mes de marzo con la carga adecuada, es el “asunto de Venecia”.  Por lo que se ha dado a saber,  un enviado oficial fue determinado por un comité de expertos en colocación internacional del arte chileno.  Algunos agentes criollos promovieron la presentación de proyectos como si fuese pan comido y a la hora de las revelaciones se dieron cuenta que corrían como acompañantes.  La pequeña cadena de traiciones  se puso en evidencia y los heridos ayudaron a recomponer las alianzas académicas  y políticas de rigor, entre el  barrio República y Las Encinas. 

Sabemos que la propia bienal, desde su equipo curatorial, invitó a  Juan Downey y Enrique Ramírez.  Se les suma  la dupla Escobar/Oyarzún.  Aunque nadie sabe que es lo que los puede convertir en un “bloque”. Esto es lo que se llamaría una alianza intra y extra bienal, en provecho del arte chileno bien representado, que es lo más importante, ¿verdad?  Sin embargo, hay todavóa pabellones privados a los que se paga por ser incorporados y que aumentarán, probablemente, la presencia chilena. Habría que saber a cuanto asciende el costo real de los envíos públicos y privados a Venecia, porque a final de cuentas, los privados asisten  gracia al aporte de platas públicas.  Esperamos desentrañar la trama de este envío en la medida que los involucrados hagan saber cuáles son sus intenciones y definan sus expectativas.  De todos modos, lo preguntaremos a través de “gobierno transparente”. 

Finalmente, lo que marzo debiera traer consigo es alguna  información sobre el formateo que habría experimentado la discusión aparente sobre  insumos para una política de artes visuales. De esto, no sabemos nada. Y el proceso de discusión en regiones fue, objetivamente, un chiste. Entonces, tenemos que saber. No es que reproduzcan en los documentos de rigor nuestra posición, sino que al menos hagan estado de unas observaciones destinadas a redefinor las relaciones entre “gestión cultural” y “gestión de arte contemporáneo”.



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