jueves, 15 de septiembre de 2016

LA DENSIDAD OMITIDA DE LAS OBRAS (1965 Y 1973).

El futuro del arte chileno está en las obras del pasado.  Visité la exposición “sobre el pop chileno”  en el Museo de la Solidaridad.  Las palabras  “del pasado” debieron ir entre paréntesis, como si fuera una enunciación subordinada.  Sin embargo, borré el paréntesis para que ocuparan limpiamente el terreno de la frase, a riesgo de cometer un abuso analítico, porque mi posición es que el futuro del arte está en la producción de una nueva lectura de unas obras que ya existen, pero que no han tenido visibilidad suficiente.

No se trata, como RD y sus asesores desalmados, de re-escribir la historia, con ese vitalismo eyaculatorio seminal que pretende que la realidad sea un santo sudario cuya figurabilidad depende de la pentecostalidad. Se trata, simplemente, de leer lo que ya existe. 

Hace unos días, a propósito del incidente en que hubo que restituir el premio Rojas Denegri a Felipe Durán,  hice referencia al malestar mojigato que produjo esta nominación produjo en algunos de sus colegas, para los cuáles él es un fotógrafo menor sin obra. En el fondo, dijeron que no era fotógrafo.  Lástima, Durán no le saca fotos a los pobres para sublimar.  Entonces, recordé esa frase lapidaria de Robert Capa: “Si tus fotos no son buenas, es porque no has estado suficientemente cerca”. 

A mi me parece que Felipe Durán ha estado suficientemente cerca. Me importa muy poco si sus fotos  no  son  “buenas” según los criterios de PhotoEspaña. Solo me pregunto cuanto le debe España, a “esa” Photo. Ya saben a qué me refiero. 

Entonces, hay obras de los años 60-70´s que no han sido suficientemente “leídas”. El trabajo curatorial de Soledad García y Daniela Berger ha sido ejemplar, justamente, porque no han impuesto una prejuicio reductor en provecho de una interpretación anacronista, como suele hacerlo  (tanta) gente, a través de sus operaciones de encubrimiento y escamoteo de  obras, en función de un negocito de muy corto alcance. 

Se escamotea las obras cuando se las fuerza a ilustrar una lectura des/informada  a sabiendas de la fase.  Y no solo eso, sino que se somete a las obras y a su “historia contextual”  a un  forzamiento  definido para satisfacer a la academia española de la “crítica institucional” que les otorga la patente de corso  a la medida.

En cambio, en este caso, Soledad García y Daniela Berger asumen el problema como el efecto de un rastreo de las resonancias y asimilaciones que tienen en Chile, ciertas obras del período 1964 y 1973.  El título bajo el que realizan esta muestra me parece, por lo de más, absolutamente inapropiado: “La emergencia del pop: irreverencia y calle en Chile”.  Más bien parece un título forjado por el (d)efecto cultural de las movilizaciones estudiantes recientes.  Sin embargo, el trabajo de investigación de las obras me resulta de una precisión y delicadeza realmente alarmantes. 
Esto es lo que ocurre cuando la honestidad intelectual de la gente que trabaja de este modo deja translucir en sus gestos. Porque demuestra el respeto a las obras, ya que se han colocado en una posición suficiente cercana.

¿Cuan cerca?   Baste considerar  tres cosas. La primera es la obra de Virginia Errázuriz, datada en 1966.  La segunda es “el biombo” de Cecilia Vicuña, de 1971, entre otras.  La tercera cosa, muy impresionante, es la exhibición de iniciativas editoriales de la coyuntura setentera;  que reúne, a saber, obras de Hugo Rivera Scott, Eduardo Parra, Juan Luis Martínez, Guillermo Deisler, Fernán Meza y Cecilia Vicuña. 

Aquí, por ejemplo, el énfasis no está puesto en la obsesión de precursividad, sino en las relaciones que se establecen entre obras contemporáneas, que se constituyen en una prueba de una densidad artística que ha sido negada por las escrituras de la crítica de los años ochenta. No dejo pasar la ocasión para recordar que en el 2000 expuse a Cecilia Vicuña y Juan Luis Martínez con obras de esos años. Y que posteriormente, al exponer en Valparaíso a Hugo Rivera Scott  y entrevistarme con él en varias ocasiones, me queda más clara aún, al ver sus obras ahora,  junto a las de Eduardo Parra y Juan Luis Martínez,  la pertinencia del discurso sobre la densidad porteña de fines de los sesenta.

Sin embargo, lo que me ha conmovido ha sido la exhibición de un libro de Fernán Mesa –recientemente fallecido-, que había estado  buscando y que no había podido encontrar.  Obviamente, corresponde a otro universo editorial que el de los ya señalados. Incluso, las obras de Deisler han quedado  contextualizadas de un modo extremadamente cuidadoso. Teniendo que compartir su cercanía con proyectos tan disímiles como el del propio Meza, pero sobre todo, con el proyecto de Cecilia Vicuña y “Sabor a Mi”.  Lo cual me lleva a concluir que, en los 70´s, la diversidad y calidad de los proyectos  gráficos y editoriales no tiene nada que envidiar a la editorialidad canónica de los post-ochenta,  y que en términos de antecedentes y anticipaciones de obras, la crítica de los ochenta  los ha omitido  en forma sistemática  y “significante”. 


Lo que quiero decir es que existió una densidad que la patología del conceptualismo policial encubrió y que ahora, con esta exposición, queda a la vista. Eso es todo. 

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