lunes, 15 de agosto de 2016

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE UNOS CUADROS DE JOSÉ BALMES.


Una de las cuestiones realmente políticas que abordó Balmes fue la del letrismo muralista.  Ante la imposibilidad de retractarse del delirio figurativo de la BRP en su período de mayor ilustratividad del programa de gobierno, Balmes anticipaba la catástrofe, enviando un “mensaje” a una autoridad que no lo leería.  De eso he pretendido hablar en las entregas anteriores y que corresponden a un trabajo que tenía preparado desde hace mucho tiempo.

El letrismo se acerca al diagrama de las fuerzas en presencia en el terreno de la representación des/representada, para dejar visible solo la filigrana de unas huellas que apenas se materializan por debajo de las líneas de flotación de la consciencia histórica.  Me refiero a la pintura que está “clavada” sobre el ascensor del MOP y que des/marca y des/ califica su proyección ética y política. Esa es una obra que debía estar en la colección del MNBA, al igual que NO, que actualmente se encuentra visible en el hall de ingreso a un edificio de alto standing en el corazón del barrio El Golf.



Todo esto para decir que el destino de las obras no suele ser el mejor que es dable esperar. ¿Y que se podría haber esperado?  Lo que se debía haber construido hubiese sido una mejor colocación; es decir, su incorporación a una colección significativa.  Sin embargo, no sería justo atribuir la falta de visión al MNBA, porque no la tenía, simplemente. No había noción de la necesidad de tener unos “buenos Balmes”, porque no se disponía del financiamiento para costear su compra. Por ejemplo, dos de las obras más importantes estuvieron siempre en manos privadas. Es de esperar que estas, hoy día, puedan comprender que estas obras solo interesan al coleccionismo público y que carecen de un valor de mercado porque Balmes carece valor de mercado, en Chile y en el extranjero.  Son pinturas historizadas en la proximidad de nuestra escena.  Su valor en la escena internacional está por construirse desde una “política de estado”. 

La gran carajada de la crítica chilena –de Galaz, entre otros- fue “catalanizar” a Balmes después de su segundo  exilio para impedir su regreso, en favor de lo que inventó Brugnoli a través de la mitología de su resistencia objetual.  Ese fue el momento en que se “atrevieron”, porque Balmes no tenía como defenderse, a declarar su subordinación tapiesiana, cuando en verdad, había que reconocer más bien su filiación con el Gripo El Paso. Pero de eso nadie quiso hacerse cargo porque estaban mejor dispuestos a colocarse en el acarreo policíaco-conceptualista. De ahí que tuve que hacer un gran esfuerzo por sostener la hipótesis de su proto-conceptualismo para sacarlo de la interpretación forzada que hacía de él un remedo del informalismo catalán.  Esto, en 1970, hubiese sido imposible.

Pero Balmes de regreso le echaba a perder el negocio a varios. De ahí que desde Carmen Waugh hasta Antúnez, pasando por los próceres de “la Chile”, necesitaban desmantelar la pintura de Balmes y ponerla en el index por “comunista”.  Ese fue el ejercicio que hicieron a partir de La Casa Larga.  Balmes pasó por la humillación con gran estoicismo. Solo el inicio de la Transición le permitió defenderse mejor; sin embargo, experimentó el “anticomunismo blando”  del que el espacio artístico fue cómplice.  Sobre todo durante las presidencias de Aylwin y Frei. Fue Lagos donde mejoró su posición, porque al fin y al cabo, el propio Lagos no cayó en el juego de la exclusión y de la excomunión, a la que eran tan adictos los democratacristianos y los propios pepedé que provenían de la transfiguración  descomunizante. 

Siempre pensé que su Premio Nacional fue, en parte, una compensación artística a la exclusión política de los comunistas.  Pero cuando los comunistas dejaron de ser  políticamente excluidos del juego parlamentario, no vacilaron en cortarle la cabeza, para devolverle la mano a  Isabel Allende, detrás de quien está(ba)  Enrique Escolástico Correa.  Todo bien. Así es el juego. Balmes aceptó con mayor lealtad aún. No dijo nada. Aceptó ser sacado del Museo Allende. Pero eso  -a la postre-  lo hundió afectiva y políticamente. 

Entre tanto, sus mejores obras eran adquiridas por coleccionistas particulares. Me refiero a No y Homenaje a Lumumba.  El problema es que esas pinturas no han obtenido suficiente atención crítica para ocupar el lugar que suponemos se merecen.  Y las operaciones de los coleccionistas no ha contribuido mayormente a ese propósito, de modo que es como si éstas estuvieran “secuestradas”. No tienen cómo avanzar en la re/posición de sus significado en la historia del arte y en la historia política chilena.

Al menos, Al alba, camino a Quilicura, que está en el acceso del MOP, debiera ser solicitada por el MNA para que pudiera formar parte –al menos en comodato- de la colección del MNBA. Por que al fin y al cabo, esa pintura, ¿es de propiedad del MOP?  A lo mejor hubiera que revisar ese registro y poder disponer de ella para un mejor destino, con todos mis respetos para la Comisión Antúnez, que ha tenido que soportar las humillaciones institucionales que corresponde para poder realizar un trabajo ejemplar. 



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