jueves, 18 de agosto de 2016

A PROPÓSITO DE UNA PINTURA DE BALMES, NOTA BREVE SOBRE UN TIPO DE COLECCIONISMO.

Una de las cuestiones más complejas en el discurso de posteridad de obra de un artista es la de la inscripción. Ni es lo mismo que reconocimiento. Inscripción quiere decir incidencia efectiva en la ordenación de un campo. El reconocimiento puede ser el que determina el precio atribuido a la obra. Hay artistas que solo tienen buen precio de mercado, pero que no inciden en la configuración del campo. Es lo que le ocurrió en un momento a Cienfuegos, por nombrar uno más visible que otros en este terreno. Su gran reconocimiento en el orden de los precios no por ello lo convirtió en un artista incidente. De manera análoga, artistas como Gonzalo Díaz, que han sido incidentes en la escena, apenas tienen precio de mercado porque ni siquiera tienen galería.  Si su obra está en algunas colecciones, ello ha obedecido más bien a la búsqueda que  curadores/críticos/asesores de colecciones  importantes han realizado en el campo, para definir una compra, que al esfuerzo de operadores de arte por colocar la obra en colecciones eminentes. 

En el caso de Balmes,  el nicho de mercado al que accede es más bien restringido, ya que solo  pueden tener interés en su obra quienes realmente conocen su trayectoria formal. En un momento se fijó el interés por su obra de los  años sesenta y se consolidó un corpus.  Existe un conjunto de obras que pertenecen a coleccionistas privados y que fijan la “balmesianidad” de los sesenta.  Por ejemplo, todo lo relativo al momento de producción que se define entre su regreso del viaje a Europa de 1962 y la serie de Santo Domingo de 1965. Sin embargo, Balmes no puede ser conocido por ese corto periodo.

La obra de los años setenta,  también está en colecciones privadas. Es decir, se trata de retratos del Che y de Lumumba, realizados entre 1967 y 1969, antes de la emblemática pintura No (a la sedición), de 1971. ¿Qué es lo que pasa con esa obra?  Como pertenecen a colecciones privadas, no es posible promover su adquisición por museos eminentes de arte latinoamericano,  situación que colaboraría en su inscripción. 

Una colección privada, por si sola, no es suficiente para inscribir la obra de un artista. La propia colección debe estar inscrita, a su vez, para que sus adquisiciones  se conviertan en formas de validación y garantización de la posición del artista en una escena.  Y para que una colección esté inscrita, ello supone su reconocimiento por otras colecciones mayores y referenciales.

Las obras de Balmes, en colecciones privadas, no van para ninguna parte, a menos que se musealicen. Lo cual implica reconocer que su ingreso a una colección pública puede ser un elemento decisivo, porque el museo posee facultades de validación que el coleccionista privado no tiene.  Por de pronto, el museo  es por si mismo, independiente de si es “bueno” o “malo”, un aparato discursivo.

El ingreso de una obra a su colección significa que ingresa a un discurso ya constituido, por la historia, por la crítica. Las colecciones privadas tienen una gran dificultad para producir discursividad propia.  Una de las maneras de obtenerla es produciendo editorialidad sobre conjuntos de obras determinadas, que pasan a ser reconocidas como “las obras de tal artista en la colección de tal coleccionista”.  Es la única manera de relevar significancia. No tanto organizar exposiciones, sino producir  libros y  sostener líneas de estudios independientes.  

Producir libros o producir catálogos es una empresa que no deja de tener sus bemoles, porque no es posible forzar el destino de las obras con un escrito.  Las exposiciones solo son una inversión inútil que acarrea consigo gastos de traslado, de seguros, de catálogo, cuyo rédito es mínimo.  Ni siquiera armando un circuito en museos, pongámosle, latinoamericanos. 

El interés por la pintura chilena contemporánea no existe.  No hay que sentirse mal por eso.  No hay necesidad ni deseo alguno involucrado, a menos que un coleccionista esté dispuesto a poner muchísima plata; cosa que no va a hacer, porque va a ir a solicitar la ayuda al CNCA y a RREE.

 Y no hay ninguna empresa que esté dispuesta a sostener esta inversión que, por lo demás, nadie podría ni sabría justificar.  A menos, como digo, que resulte de una decisión de colocación eminente en la que se debe invertir un gran caudal, no solo financiero, sino de construcción de redes de prestigio en el terreno de la musealidad latinoamericana. Lo cual dista mucho de  ser efectivo. Por que lo primero que habría que definir en la colocación de  qué artista se va a invertir, en un largo plazo.  No hay “consenso”. Y  los oscuros y escasos consensos que hay, apenas dan para apostar  por la circulación  internacional de un artista que apenas ha sido reconocido en el plano interno.  Tenemos casos dramáticos, por no decir patéticos, de itinerancias que ya estaban fatigadas antes de partir, y que solo dieron  para un museo en Cuba, una galería en Francia, etc.  Así no funciona el sistema.

Las obras de Balmes en colecciones privadas tienen un solo destino para inscribirse: ser entregadas en comodato al MNBA.  Una pintura como NO,  por ejemplo, no puede estar colgada en el hall de acceso de un edificio del barrio El Golf.  Es muy doloroso pensar  en las condiciones de su producción y en el destino que e ha sido reservado.  Esta pintura debe ser propiedad de la nación.   Si no, que sea  ingresada como un préstamo, con todas las prevenciones que sean necesarias.  No es una mala solución. Un coleccionista privado sería reconocido por un gesto significativo de utilidad pública.


Si lo anterior no es posible, entonces, que el Estado haga una oferta de compra. Y que el coleccionista actúe con la  consecuencia ética debida.  Solo en una colección pública esa pintura podrá estar inscrita en un decurso histórico y problemático.

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