viernes, 1 de julio de 2016

EL DEDO EN EL OJO


El 12 de julio inaugura Juan Domingo Dávila en Matucana100.  Es decir, diez días antes del coloquio  ceremonial que ha convocado el operador insignia de la flota de intervención táctica, especializada para navegar entre tiburones (Risas prolongadas).

Entre navegar y nadar  hay una gran diferencia.  Al menos, para navegar se requiere  -mínimo- una cáscara de nuez (plasticina, palo de fósforo y banderita de papel incluida). 

El 12 de julio es la fecha para presentar las ponencias que serán admitidas en el mencionado coloquio.  No se ha dicho una sola palabra sobre los criterios de admisibilidad.  Ni tampoco han respondido a la objeción de tener que proponer solo una ponencia.

Pero lo de Dávila, sin duda,  es un innegable espaldarazo a Paco Barragán, contra quien desde las oficinas de la flota han hecho todo para que le vaya mal,  desde que curadoras de servicio iniciaran una campaña en contra del concurso en que fue declarado vencedor, recurriendo a  impresentables argumentos  xenófobos.  

Si había objeciones, bastaba con presentar un recurso en Contraloría, a condición de exponerse y entrar en un cuestionamiento directo del sistema de concursos llevados a cabo por directorios de entidades mixtas.  Sin embargo,  prefirieron el asesinato mediático, sin mucho resultado. 

Paco Barragán presenta a Dávila y me parece que es una gran apuesta,  que debiera permitir a Cristóbal Gumucio y a su directorio resistir de mejor manera  al asedio implícito al que debe estar sometido, por ocupar simplemente un cargo que muchos quisieran para sí; que a estas alturas ya ha pasado a ser como un signo de los últimos tiempos.  Digo, ocupar y des/ocupar.

Mientras tanto, el GAM publica unas convocatorias para “llamar a” exponer. Escribo de inmediato un twitter en el que señalo que en un lugar serio no hay convocatorias, sino un ejercicio curatorial que proviene de una lectura de la escena. Lo que caracteriza un centro es su línea editorial y es un acto de gran oportunismo populista, que ya es redundante, el evocar las convocatorias como una acción inclusiva cuando ya se tiene una política implícita  definida. Y si no se la tiene, entonces es una vergüenza. Un curador está para leer la coyuntura. Ya sea en artes visuales como en artes escénicas.  Aunque para artes visuales, la sala es pésima. Ahora, es desde dicha lectura  que se realiza una programación, como reflejo y a la vez como proyecto de modelación del futuro.

Sin embargo,  privilegiar las “convocatorias”  corresponde a  un tic nervioso propio de agentes en busca de legitimación de acciones  con escasos niveles de acreditación.  Hacer “convocatorias” es pagar deudas.

Camilo Yáñez ha resuelto jugarse por forjar una decisión autónoma, aunque se cuida de exponer las razones que sostienen la curatoría de la conservadora exposición con que inaugurará el Centro que lo hará pasar a la historia y en cuyo desempeño se está esmerando, para no ser olvidado como un curador que ha sabido destruir su obra personal en provecho de un monumento a la mitomanía.  Pensábamos que iba a realizar una acción de tal manera experimental que iría a poner en crisis la noción misma de expositividad.  ¡Que decepción!  ¿Podíamos esperar algo “innovador” de su parte?

¿Cuál es la lectura que hace Camilo Yáñez de la escena?   Y que no se haga el llorón si se lo preguntamos.  Ya sabe a lo que se expone cuando   hace una curatoría concebida especialmente  para pagar deudas; o mejor dicho, para convertir en deudores a los invitados que pueda,  y contraer los compromisos garantizadores recurriendo a los grandes artistas totémicos. 

Camilo Yáñez aspira a ser el Harald Szeeman de la escena chilena,  buscando convertir su “personal actitud” en una “formal estrategización” para el arte chileno.   Es como si  bastara con “colocar”  la estrella de la tonsura de Leppe cerquita de la estrella de la bandera de huesos de Duclos.  Le faltaría la otra estrella, de la bandera de Codocedo.  Y la estrella mutilada del PRO. ¿Por qué no?  Pero a estas alturas, sus asociaciones no hace estallar, ya, absolutamente nada. Es pólvora húmeda. 

Para quienes no lo saben, Szeeman realiza en 1969 una exposición que tituló “Cuando las actitudes devienen formas” y después de la cual tuvo que renunciar al museo donde la hizo.  ¿Qué quiere Camilo Yáñez? ¿Hacer la gran exposición de su período de asesoría ministerial y luego renunciar? ¿Es eso lo que dice a través de lo que omite?  La razón estaría en que la institucionalidad no resistiría la radicalidad de su propuesta.  Pero si al final, hasta Dittborn se “somete”,  imponiendo sus condiciones.  El problema con los artistas es que viven amenazados por el imperativo de “querer  pasar a la historia”.  Bueno, es algo endémico del arte chileno, que ni  Mosquera logró resolver.  Se supone que ahora habrá cambios en el equipo de  garantización extranjera.  Todo, demasiado previsible.  Ni Ivo ni Cuauhtemoc garantizan “por si solos” la internacionalización del arte chileno. Los invitan sin prevenirlos de la mochila simbólica que se les va a colgar.

Regresando a la “convocatoria”  para el coloquio ceremonial, destinado una vez más a meternos el dedo en el ojo,  debo decir que  no hay traza de que el “equipo” que lidera  se haya dado por enterado respecto a publicar algún Informe, o bien, un Proyecto de Política, que sea, para sostener la debatibilidad del coloquio al que ha invitado, solo  para cumplir con la promesa de haber realizado “consultas” de carácter “ciudadano”.  

Promesa satisfecha en la forma, para “recoger” unas informaciones para las que no sabemos si tiene comprometido un equipo de análisis del contenido de las ponencias.  Camilo Yáñez no tiene cómo garantizar que las ponencias, aunque no sean vinculantes, al menos ejerzan su dominio en un debate productivo, porque la Macro Zona de artes visuales carece de capacidades teóricas y metodológicas para interpretarlas. 

En el CNCA  existe una Unidad de Estudios en la que hay gente muy competente y que sabe hacer su oficio. Espero que hayan sido puestos al tanto y que participen en el coloquio, porque es la única manera de dar credibilidad a esta acción.

La figura de Camilo Yáñez solo  interesa  como un significante político, como cuando escribo sobre  DJ Méndez.  Nada personal.   Ambos   son portadores estructurales  de una función que los precede y que los supera.  Solo puedo lamentar que,  en el caso de Camilo Yáñez, siendo un artista con una obra relativamente consolidada y  “prometedora”, se haya convertido en un operador  político, en el sentido  más vulgar de la palabra.  


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