viernes, 22 de julio de 2016

ARTE Y LATENCIA (agregado a la lectura de la ponencia del día jueves 21 de julio)


El arte se ocuparía, entonces, de las latencias. Esta es la frase con que pongo en relación las dos ponencias al Coloquio “Artes de la visualidad y Política de Estado”. ¿Cómo es posible sostener que el arte es anticultura, si al mismo tiempo postulo  que el arte es una práctica cuyos efectos estéticos más significativos  tienen lugar  fuera de su campo? Es decir, en el campo de la cultura. Lo que permite la relación de las dos ponencias es la hipótesis de la latencia, porque remite a un “fondo acumulado” de experiencias locales donde  se ancla un imaginario que el arte formaliza y que produce su acceso a la consciencia, como crítica.

La primera ponencia plantea un problema de distribución institucional de poderes; mientras la segunda se refiere a un método de trabajo en que la producción de arte se convierte en un recurso sub-versivo, en la medida que al validar su propio diagrama se evade de la obligatoriedad ilustrativa a que la somete la cultura funcionaria.  Sin embargo, lo anterior es posible solo a condición de conectarse con indicios de imaginario local que autorizan la existencia de elementos  extra-limitantes que aceleran la puesta del arte en una “más allá” que abre perspectivas ilimitadas a la creación.

La ilimitación  es registrada en su proceso por la determinación de macro-zonas simbólicas  que, en proveniencia del limite interior del campo cultural, sin embargo lo sobrepasan en intensidad, inscribiéndose como prácticas rituales altamente formalizadas, como pueden ser la práctica culinaria (cocina pobre), la práctica religiosa (bailes de chinos),  la práctica funeraria (chullpas)  o la práctica literaria (la décima espinela).  La posición anticultural del arte se valoriza y se verifica en la construcción de  un lugar  distante, conceptualmente negociado con los agentes de la formación cultural, dando pie al respeto jurídico de las prácticas de gestión cultural en general respecto de las prácticas de gestión de arte contemporáneo.

Las macro-zonas ponen en relación a las prácticas de arte con las prácticas rituales, en el frente de contacto directo con la cultura entendida como cuenca de acumulación y retención simbólica; pero en cuyo seno produce el saber necesario  para sostener la distancia requerida que superar su propio  límite  y promueve su embestida sub-versiva, que consiste en formular preguntas destinadas a poner en cuestión su estabilidad.  Ahora bien:  dicha puesta en duda es una condición de regeneración interna de las propias condiciones de reproducción de si misma, que de todos modos busca  maltratar a las prácticas artísticas  subordinándolas a  proporcionar elementos de consolación  en el manejo de poblaciones vulnerables.

Las macro-zonas no son entidades administrativas, sino herramientas de pesquisa de los grados de insurreccionalidad contemplados en los indicios de imaginarios locales que en su formalidad se abren hacia lo ilimitado, porque de todos modos lo ilimitado tiene necesidad de límites para ser una producción subversiva contra la cultura.   El ejemplo más grave en este caso sería la turistización patrimonial como complejo banalizador de lo memorial.  Hay otros ejemplos más ilustrativos que tienen que ver con la subordinación de la visualidad a los imperativos de las artes de la representación en los centros culturales,   que dominan el negocio de la catarsis regulada  y convierten la exhibitividad en una tarea “escolar”, indigna, des/profesionalizante. 

Pero lo más grave es que el modelo de gestión de la cultura en general determina el modelo administrativo de las entidades, porque el Síndrome Squella consiste en satisfacer la maquinalidad de los decretos internos del servicio, al punto que perfectamente podría no existir un ministro-presidente, porque el aparato funciona solo, gracias a la auto-regulación funcionaria. Más aún, cuando en términos del desarrollo de las industrias, existe un fondo de la música, un fondo audiovisual y un fondo del libro, que autonomizan de manera certera la inversión en cada área, dejando a la visualidad sometida a la lógica reparatoria del pequeño subsidio, a los fondos compensatorios de la miseria del mercado y al maltrato ilustracional del triángulo objetivo/fundamento/descripción.

Entonces, lo que propongo es el montaje de un dispositivo de articulación de prácticas sub-versivas de arte contemporáneo, no sometidas a la convención de la cultura, sino abiertas a la experiencia de la ruptura del lenguaje establecido; es decir, como crítica  errante del lenguaje, poniendo en juego la inscripción que escapa de toda apariencia y ejerce todo su saber  en  la producción del limite ilimitado  de las formas. 

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