miércoles, 22 de junio de 2016

ARTISTAS EN PROCESO.


Más importante que hacer cuadros es aprender a mirar. Esta frase  realmente magistral proviene de una cita que recogí al pasar desde un artículo de José de Nordenflycht sobre los mitos de la enseñanza de arte en Chile.  No mencionaré quien pronunció esa frase. Simplemente por proteger a la testigo, como se dice.  

El problema que no abordó fue el de qué entender por mirar.  Claro: o lees el ensayito de un par de páginas que escribió  Adolfo Couve sobre Velásquez o lees la introducción de Michel Foucault a “Las palabras y las cosas”. Es que ahí está toda la diferencia.  Por un lado, el impresionismo propio de señoras que toman clases de pintura, y por otro, el materialismo  histórico de la mirada. 

Hay maneras: no se enseña a mirar proyectando diapositivas, sino “haciendo leer”. ¡Vaya, vaya!. Toda proyección de diapositivas se “asienta” sobre una teoría implícita. Lo que no se problematiza es esa teoría.  Sin embargo,  el valor de las proyecciones de diapositivas en clases ha sido revolucionado por internet. En you tube los estudiantes encuentran mejores materiales visuales que los que sus profesores les pueden ofertar. Incluso, exponiendo puntos de vista totalmente pertinentes.

Un estudiante, con un buen programa de lectura y una carta de navegación adecuada en internet debe poder superar la pragmática de un curso de historia de arte escolar (con pretensiones universitarias). Sin embargo, el problema reside en la baja calidad de los estudiantes. No están dispuestos a leer.  Podrían salvarse con la nueva alfabetización digital, que los vincula directamente con las sabidurías gráficas de Oriente y los efectos de las retóricas comerciales de la industria del entretenimiento en la fase eufórica del capitalismo tardío acelerado. 

En los años ochenta, los escolares aprendían narrativa visual mirando en la tele los dibujos animados japoneses, mientras que  en el colegio los hacían trabajar  en artes plásticas  con palitos de helado y neoprén.  En la universidad,  en esa misma época, los recorridos nostálgicos por Florencia alimentaban la animadversión de resentidos  estudiantes que aprendían  más rápido y por otros medios las implicancias entre pintura, teología y política. 

Un botón de muestra para establecer la dimensión del fracaso de estos profesores es el lugar que ocupan hoy día quienes fueron sus alumnos y supieron aprender solos, más allá del fraude académico, recurriendo a la autoformación radical.  Esto, los estudiantes de hoy, no lo tienen. Y poseen todas las herramientas a su alcance.

Por eso, en términos del derroche imaginario en el terreno del ensayo-video o de la fotografía, no es necesario inscribirse en una escuela.  Paguen talleres con especialistas consagrados, sabios y rigurosos. Inviertan.  Practiquen. Se los digo a los padres que esperan un diploma. Eso se acabó. Todo depende de los estudiantes. Es decir, de los proyectos de artistas. De los artistas en proyecto. Es decir, de la voluntad de serlo. Sabiendo que la estupidez de la manía expresiva no define su condición, sino las maneras de “leer” y de “hacer” bajo exigencias de nuevo tipo, planteadas por una contemporaneidad medial que define sus propia retórica inscriptiva. Y para eso, no es obligatorio ser artistas, sino tan solo  “eficientes operadores visuales”, dispuestos a poder intervenir en diversos campos de la industria y la des-industria cultural.  

Eficiente quiere decir que los escolares de 15 años ya están alfabetizados digitalmente y que es preciso orientar formalmente estas disposiciones, mediante un programa autónomo  y flexible de formación, que no dependa de los  paquetes académicos armados por profesores que pactan  programas de convivencia laboral.   Esos estudiantes deben leer para saber qué hacer con la otra alfabetización. Es cosa de juntarse con otros y organizar seminarios independientes.  ¡Eso es!. Seminarios sobre problemas reales de arte contemporáneo, a partir de diagramas de obra específicos, cuyo conocimiento es imprescindible para reproducir sus alcances en una secuencia filial.  Tienen que aprender a reconocer las maestrías del discurso y de la “factura” sin pasar por la garantización castradora de la maternalidad universitaria. .  Se requiere para eso un nuevo tipo de, no ya estudiantes, sino artistas en proyecto. 

No se es estudiante de arte, sino artista en proceso. Hay que repetirlo. En plena autonomía.  Es decir, bajo condiciones de aceleración de madurez que signifique escapar merecidamente de la noción madre-de-chile.  Solo habrá artistas en proceso en la medida que se termine en este país con el imperialismo del niño-mamón, que es la base de la catástrofe inscriptiva del arte chileno.




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