domingo, 10 de abril de 2016

MOSTRAR LO INVISIBLE


Justicia es justicia.  En La Tercera del sábado  9 de abril aparece una crónica sobre Espacios revelados y se reproducen las palabras de Enrique Rivera: “queremos dejar esta experiencia en un libro que sirva como un manual para futuros eventos de arte público”.  ¡Uf!  Hay que tener paciencia con este tipo de gente que emplea todo su ingenio para mostrarnos lo “invisible de la ciudad”. 

Pero lo que hace Rivera es negar la experiencia de quienes ya lo precedieron en “innovación artística”.  Camilo Yáñez, en su época de Matucana 100, invitó a Philippe van Cauteren a trabajar en un proyecto que operaba sobre la hipótesis de hacer visible la invisibilidad de la ciudad, trabajando justamente en las primeras cuadras de Matucana.  Pero Rivera habla como si hubiese inventado la pólvora.



¿Es ingenuidad, ignorancia o cara-de-rajismo? Sin mencionar el hecho que todo este tipo de prácticas proceden de experiencias que Jan Hut, siendo director del Museo de Gand, realizó hace  más de dos décadas.   No estaría  mal hacer una referencia mínima acerca de donde vienen las ideas y las cosas.  O sea, Rivera nos quiere hacer  digerir como novedad un tic nervioso del arte contemporáneo más académico, con la pretensión de ofrecernos un manual que sirva para futuros eventos desinformados de arte neo-decorativo. 

Le recomiendo a Rivera y a sus secuaces que se pongan a leer un viejo libro de Paul Ardenne sobre  “arte contextual” para que no cometan fraude referencial.   Rivera es un  especialista en explotar el exotismo de poblaciones vulnerables  y ha logrado  hacer de ello una  fórmula, cuyo propósito confeso es “entusiasmar a las autoridades a financiar este tipo de eventos que se involucran de manera efectiva con la ciudad y sus habitantes”. 

Parece que Rivera aprendió rápido a blufear en Valparaíso acerca del uso de corporalidades limítrofes en provecho del progresismo artístico.  .  Aunque lo que venía haciendo ya era un bluf.  Entonces, ¿cómo despachar, así no más, los esfuerzos de Camilo Yáñez,  que en ese entonces ya trabajaba con el Ministro Ottone, cuando éste solo iniciaba su carrera de  escenógrafo?   Es como borrar  antecedentes que la más mínima consideración ética obliga a mencionar. 

De aquí, probablemente,  Rivera ya esté meduseando en el área de artes visuales del CNCA  para obtener  recursos con qué programar  intervenciones en los espacios públicos de regiones.  Al fin y al cabo deben justificar la existencia de “nuevos medios” en el área.  (Dicho sea de paso, no se entiende por qué  no han sido incluidos en el sector industrial del audiovisual. Es obvio que hubiesen sido barridos de  inmediato. ¿Es suficiente para seguir manteniendo una “bienal” que epistémicamente ya no se justifica?)  Varinia Brodsky debiera tomarlo en consideración para que  Rivera le proporcione  un caballo de batalla en los proyectos de “residencias”,  y  exportar desde Santiago el nuevo manual de arte público.  Es una broma.

La nueva decoración pública demuestra hasta qué punto los artistas jóvenes ascendentes, y otros no tan jóvenes, son voluntariamente prisioneros de la ilustración asistencial,  convirtiéndose en  avanzadas  compensatorias  de fallidos o a veces no tan fallidos proyectos de mejoramiento de barrios.  Es decir, este arte   público termina  por completar las ineptitudes del Ministerio de la Vivienda, mediante operaciones simbólicas que se asemejan a ritos de consolación.   

Rivera es un tipo excepcional.  Solo me queda transcribir su sabiduría territorial: “Hicimos un trabajo previo de recuperación, instalando medidas de seguridad, desratizando, sacando camionadas de basura para hacer habitables estos espacios, desde allí este proyecto ya es un aporte”.

¿Acaso nadie quiere entender que este tipo de operaciones trabaja desde una hipótesis anti-museal destinada a musealizar post festum toda sus iniciativas? Todo esto es trabajo-para-la-foto.   Las intervenciones  para mejorar el entorno  son siempre una excusa con qué seducir a los responsables políticos y lograr las garantizaciones  que oficializan la  experiencia como ejercicio de “crítica institucional”. 

 Ahí está la base de la superchería y de la impostura intervencionista como condición de  fabricación de presencia,  abriendo un nicho para hacer reventar presupuestos  de patrimonio  en que el arte opera como vector de iniciativas de mejoramiento urbano.  El negocio es redondo.

A ver si a Rivera se le ocurre desarrollar un proyecto de intervención en Chañaral, por ejemplo.  Podría ser financiado por el Ministerio del Interior,  para hacer dialogar de manera efectiva la ciudad-que-no-es con la  clase (de) política que los ha abandonado.

¿Y por qué no sugerirle que se dirija a Atacama?  ¿Y no se atreve a mostrar lo invisible de la Araucanía?  El  propósito  está en revelar lo invisible de las socialidades en crisis.  ¿Después de limpiar las ruinas llegan los coreógrafos para realizar ritosd de sanación?  ¿No será que  el Barrio Yungay ha sido convertido en una especie de Cerro Alegre capitalino, que necesita encubrir con iniciativas de arte, la docu-realidad de una gentrificación  que debe pasar piola?. Entendemos perfectamente que se trata de promover un arte que ayude a entender  la importancia del espacio público.  ¡Plop!  ¿Seremos tan estúpidos? ¿O Rivera se hizo especialista en meter el dedo en el ojo? 

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