miércoles, 6 de abril de 2016

ESCUELITAS Y ESCUELOTAS (3)


El malestar de las escuelas de arte y los celos atávicos, tribales, arcaicos, que animan la escena de arte en su conjunto,  reproducen  una situación de la que no se debe ya esperar nada.   

 Las escuelas forman parte de la escena bajo la configuración de un mercado de la docencia.  No es más que eso.  En Chile  funcionan, más mal que bien, unas  catorce escuelas. Y ese número no se traduce en una mejor colocación del arte chileno en la escena internacional.  Ni tampoco se traduce en una mejor condición de vida de los profesores de arte y artistas locales  que mantienen en regiones una tasa mínima de institucionalización de las prácticas.  Hago mención a una preocupación que ha sido constante a lo largo de mi trabajo; a saber, la articulación de la internacionalización y el fortalecimiento de las escenas locales, como polos de un mismo proceso.

A lo anterior se suma  que las escuelas solo inciden parcialmente en los destinos de colocación de sus egresados.  Resulta patética la experiencia de escuelas exponiendo en galerías, donde  los docentes  “hacen vivir” a los  egresados una ficción de ingreso en el mercado real.   Hay escuelas que disponen de un museo para exhibir -por secretaría-  las producciones de sus licenciados, diplomados  y magister(s). No significan nada más que la satisfacción de haber llegado a un museo por la vía de la extensión de la docencia. 

Los  estudiantes de la Chile,  por poner un caso, simplemente participan del rencor  anti-mercadista de sus profesores más eminentes.   Todo -en ellos- no  es más que un clamor por el restablecimiento del Estado providencial.  Sus profesores ya no tuvieron carrera. Ya no hay nada que hacer.  No inscriben a nadie y no se inscriben en nada. Es una escuela que forma derrotados-orgullosos-de-serlo.

La escuela de la PUC, por su parte,  pasó a ser  la matriz referencial para todas las  escuelas de universidades privadas.  La merma de transferencia es un punto relevante en la descripción de la miseria de la enseñanza.  Al menos   inventó  dos formatos que han pasado a estructurar un campo de  docencia, no  un campo de arte.  Es decir, un campo subordinado y preparatorio, a la vez, de una gran inadecuación que se traduce, al final de cuentas, en un gran fraude a nivel de las ofertas implícitas en los  folletos de promoción universitaria. 

Esta es una hipótesis que trabajé desde mediados de los años noventa en Valparaíso, a través de una publicación local que tenía el nombre de El Colector, y que estudiantes de la UPLA enviaban por fax a las oficinas del Congreso para denunciar el fraude de enseñanza.

En la PUC, desde  comienzos de los ochenta, el primero formato inventado fue la academia de los desplazamientos del grabado. En fin,  es un buen mito originario que no ha tenido inscripción suficiente en la historiografía.  El segundo  formato, dependiente del anterior, consiste en  la metodología  del Taller de Grado; es decir,   en la forma que todo el mundo repite como un rito, trasladado desde el modelo de las entregas en la enseñanza de arquitectura,  y que consiste en un momento analítico fuerte acompañado de  un tipo de producción de obra que incluye la  redacción de una “memoria de obra”.   

Sin embargo,   el rito del taller de grado está armado para compensar a los propios profesores.  Es un ejercicio de rigor que los confirma en su propia laboriosidad, y de paso, juega como procedimiento de certificación terminal.

Se me dirá que el taller de grado es una realidad de todas las escuelas y que ha sido implementado desde el modelo del magister de la Chile.  Eso es falso. El magister de la Chile está destinado a los  artistas que ya están en el mercado de la docencia o pretenden ingresar a él,  y  que  están dispuestos a pagar para  recibir un maltrato académico  habilitador a través del cual esperan obtener  una acreditación suplementaria. Lo curioso es que esta práctica académica está a cargo  de profesores  que experimentan  procesos de desacreditación acelerada.

En  concreto, ¿para qué sirve, en artes visuales, un diploma? Solo para  tener mejores opciones  de pega en una escuela.  ¿Qué ocurre  si las escuelas están copadas y no ofrecen ningún futuro?  No existe una gran movilidad.  Por lo demás, la gran mayoría de los artistas-docentes  están  sujetos a contratos muy precarios.  

En ese terreno, la escuelita montó un magister, también.  Pero esa es una oferta para  personas que toman cursos generales después de su horario de trabajo. No es un magister para “profesionales” del medio.  Es nada más un intento de ficción de ingreso a la  “profesión”.   Nada serio.  Un fraude  académico blando que promete un reconocimiento para el que ni siquiera están  epistémicamente habilitados.

Por otro lado,  convengamos en que seguir “el magister de la Chile” es  tan solo una oportunidad para ser visto por  unos personajes a los que se les atribuye una capacidad inscriptiva que, en verdad, no tienen.  A falta de reconocimiento en el mercado, bien se pueden pagar un reconocimiento académico sustituto, pero que más allá de servir para hacer clases, no significa absolutamente nada en términos de  inscripción como artistas.

He sostenido la hipótesis del arte chileno como un arte de formularios.  Es muy  útil.  El arte de formularios  reproduce las condiciones del  rito terminal del taller de grado como la máxima construcción del arte chileno. 




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