lunes, 7 de marzo de 2016

POÉTICA MINISTERIAL DE BOLSILLO


Una característica de la Autoridad  ha sido la de recurrir al uso de la memoria de las víctimas cuando se diluye  su fortaleza política.  En verdad, ha sido un atributo de la izquierda chilena. A falta de política, recurre a la  inflación  de la Utopía.  La operación consiste  en declarar el doble régimen de un discurso que eluda la práctica económica neoliberal, para   encubrir la descripción mediante el uso de  un léxico socialista. 

En el uso del Oscar del Oso con su Historia, la Señora Presidenta y su Ministro-de-ceremonias fueron de una eficacia ejemplar.  No hemos visto el corto y ya sabemos que el contenido inicial prevaleció sobre la forma final.  A los autores, les deseamos lo mejor.  Baste reconocer que el uso descarado de los triunfos de los otros  ya se ha convertido en un tic.   Ahora, los asesores ministeriales recurren a la ejemplaridad de nada menos que de  Gordon Matta-Clark para legitimar sus operaciones. 

Una cosa es  ser un artista como productor de obra y  otra cosa muy distinta es un artista como operador político.  En este último caso  pierde el arte y gana la política pequeña (arbitrariedad, nepotismo, amenaza, ansiedad, desesperación, mitomanía, etc). 

En el  curso de mi trabajo he sostenido  el deseo de pensar que el diagrama de las obras podía ser transferido al campo  del arte contemporáneo y producir efectos significativos.  Me equivoqué.   El resultado ha sido un fracaso.  He tenido demasiado respeto por las obras.   Los artistas-operadores  han reproducido todas las formas de comportamiento por las cuáles la ciudadanía ha castigado a la clase política.   Si ya no son “credibles” como operadores; solo les quedaba su credibilidad como artistas.     

En el MNBA, en 1971, Gordon realizó una de sus primeras intervenciones institucionales, que consistió –entre otras cosas- en una “puesta en relación” entre la cúpula  de vidrio belga y el WC Fanaloza <situado en el subterráneo). Mediante un simple dispositivo óptico ponía una línea virtual entre el cielo artificial y la mierda real, para cerrar una interpretación radical sobre la cosmología chilena, representada por el Padre.

Habrá que saber donde los va a “colocar” el uso ministerial de Gordon, incluyendo la indebida extensión hacia Alejandro Aravena. Lo que hay que tener claro es que éste último representa a quienes han cubierto con sus obras la demanda de una visualidad asociada a una socialidad que las artes visuales oficiales y oficiosas   dejaron de producir.   Vito Acconci ya había dicho que cuando los artistas se ponían serios se volvían urbanistas.   Por favor: respetemos las episteme que corresponde a cada período.  A la otra se les va a ocurrir defender la ejemplaridad de la decoración de calugas del paso bajo-nivel de Santa Lucía como la obra emblemática de arte-público en los 70´s.  Pero si Gordon ya los sepultó de manera definitiva. No vengan ahora a inventar gracias a Aravena lo que no han podido hacer con el efecto institucional de sus propias obras. 

Algunos artistas  piensan que solo  el diseño impresivo  de sus deseos basta para recargar la lucha de clases como dispositivo demostrativo de una historia patética, que se repite, dos veces, como tragedia, como parodia. Eso se sabe demasiado. El arte chileno apenas resulta parodiable. 

La poética ministerial  que los ascendentes se han propuesto poner en función,  busca encarnar acciones colectivas  promovidas desde  el interior  mismo de la esfera del arte, para luego  jugar a exiliarse de ellas y postular un modelo de crítica institucional que produce la ficción de  una (supuesta) infracción  formal que se paga  con el dinero de todos los chilenos.

En una entrevista,  Jeremy Deller señala que "tanto los artistas como los criminales testamos los límites de lo aceptable". En Santiago se lo han tomado al pie de la letra, tanto en el arte como en la política.  Lo aceptable para la poética ministerial  ya sobrepasó el límite de lo ético, cuando el verdadero propósito de su política es el montaje de una acción de intervención de los procedimientos de documentación de arte, para terminar “borrando” las fuentes.  Lo que resulta inaceptable es que se hace pasar como proyecto público una obra personal basada en la simulación de montaje de un (nuevo) centro de documentación, con galerías externas que permitan ilustrar la manipulación que se viene con todo. 


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