viernes, 19 de febrero de 2016

UN MINISTRO QUE SE EXPLICA DEMASIADO


Me dejan picando la pelota en el área chica. ¿Qué le voy a hacer? El Ministro Ottone sabe de lo que habla, pero habla demasiado.  Eso le está pasando la cuenta. Alejandra Wood hace declaraciones en Que Pasa relativas al GAM y es el Ministro quien responde.  Debió haber sido el presidente del directorio.   Un Ministro no  responde a ex directoras.  Así  suelen comentarlo en el gabinete. Ese es un privilegio de directores en ejercicio.   Sin embargo,  forzado por el síndrome de una visibilidad inmediata el Ministro  es modelado por la prensa y exhibe a pesar suyo  una indisimulable crispación.  Y no solo eso. Incluso después de haber hablado, se ve constreñido a escribir una carta, porque consideró que sus argumentos no habían sido convenientemente recogidos.  No había  dicho lo suficiente para ser entendido.

En este tipo de declaraciones ministeriales existe un rango de indeterminación enorme. Hay que entender que la prensa organiza sus agendas de acuerdo a un guión  que ni siquiera el propio Gabinete sospecha. Es muy probable que mientras más aparezca en pantalla y sus palabras se impriman sobre papel, es mayor la posibilidad de hablar de más;   aunque  todos sepamos que siempre se habla de menos.  La prensa es como un “frente ruso”.  El habla indolente del Ministro penetra y ocupa las estepas  como si fuera “tierra arrasada”.  ¿Qué le va a ocurrir? Se quedará muy lejos de sus líneas y comenzarán a faltarle los suministros. 





¿Dónde “se le fue” el discurso al Ministro Ottone? En el terreno suplementariamente calculado del  ninguneo teatral.  Pero una vez dicho,  tuvo que escribir.  Todo mal. No debió. Si su propósito era la descalificación del trabajo de Alejandra Wood debió mantenerse en el error calculado.   Es un privilegio de Ministro hacer de la lengua-de-palo una política. 

Al final, el Ministro recurre a un argumento de un populismo magnánimo, cuando sostiene que la ciudadanía se tomó espontáneamente el lugar, diciéndole a Wood/Ibacache que el éxito del GAM obedece a factores que no les pertenece.  Es decir, cuando un ministro o alto funcionario recurre a la excusa de la ciudadanía es porque te está metiendo, efectivamente, el dedo en el ojo.  Un Ministro no puede ser tan ingenuo o nos está  faltando el respeto. Pienso que es más bien lo segundo. El ninguneo es de rigor. 

Me detengo en lo risible de uno de sus argumentos, a propósito de cómo los jóvenes llegaron  al GAM sin que fuese programado, a bailar k-pop frente a los ventanales.  El Ministro no  se da por enterado que no hay nada espontáneo en las manifestaciones culturales de este tipo, ya que la disposición arquitectónica del lugar  opera desde un comienzo  como programación espacial implícita  y favorece unos usos impensados.  Lo interesante de un equipamiento cultural es que  existe desde su diseño arquitectónico como una   estructura de acogida,  en  el sentido que el  espacio es un inductor de comportamiento.  A eso se agrega  que hay una estación de Metro cercana a través de la cual llegan  centenares de jóvenes de toda la región metropolitana.  Esto hace que el GAM se haya convertido en un lugar de encuentro y de cruce, favorecido por la programación explícita e implícita del centro cultural.  

El Ministro, luego, opera con el “fantasma de la toma” como un valor  de soberanización, sabiendo  de sobra que toda acción de  ocupación  posee un núcleo de iniciativa que opera con un criterio  conspirativo, que sabe cómo se extorsiona a una autoridad para lograr unos objetivos de  sobrevivencia cercana. 

Luego, el Ministro emplea la palabra “ciudadanía”. Cuando se construye un equipamiento de esta naturaleza se sobre entiende que habrá espacio para fenómenos impensados, y sin embargo previsibles, encuadrables y convertibles en  experiencias de autonomía.

Resulta sorprendente que el Ministro sostenga que la buena gestión de un espacio cultural no pasa por una buena programación solo, sino en poder asegurar la sobrevivencia de este espacio.  De esto él debe saber mucho, porque ha tenido que dirigir espacios en los que él mismo demostró una gran inoperancia para levantar recursos privados. A menos que ahora esté sosteniendo el privilegio de la censura blanda a través del financiamiento.  Para lo cual, obviamente, la capacidad de levantar recursos dependerá de cuan moldeable sea la propuesta de programación. El Síndrome  Minera Escondida solo funciona con las artes del espectáculo. Y ya está destinado a sostener el nicho  que sabemos. 

Uno tiene todo el derecho a preguntarse por las cifras recolectadas por él mismo cuando fuera director de Matucana, del Museo de la Solidaridad y del Centro de Extensión de la Universidad de Chile. Es probable que no haya estado en sus funciones levantar recursos.  Sin embargo, se ha propuesto desautorizar a Alejandra Wood porque supuestamente no habría cumplido con una cuota, recurriendo al mejor argumento neoliberal en cuanto a la administración de centros se refiere. 

Ya lo he sostenido. Lo mejor que tiene el Ministro es su dispositivo comunicacional. De que sabe de lo que habla, lo sabe. Pero no sabemos si sabe algo más.  Al menos, solo  exhibe un  buen dispositivo comunicacional y una cobertura simbólica consistente.  Ahora, todo el mundo sabe que cuando la política se convierte en un asunto de comunicaciones es porque no tiene nada más que exhibir que la teatralidad de su indolencia.  Es así como el ministro, entonces, deja escapar esta magnífica distinción entre gestión y  programación.  ¡No faltaba más!  Las ha separado de un modo análogo a como Correa distingue entre irregularidad y corrupción. El modelo lingüístico se desplazó de terreno y acabó rebotando en el campo ministerial. Un modelo de gestión está determinado por un proyecto de programación.  El primero está para servir al segundo. Los ejes de trabajo determinan las modalidades de su gestión. Pero en Chile, gente como el propio Ministro ha instalado la idea de que los modelos de gestión se autoabastecen en su propia ficción funcionaria.  La programación pasa a ser una hipótesis que define el límite de lo financiable.  Con lo cual no se hace más que reproducir lo aprendido en el onegismo básico durante la dictadura: investigar sobre aquello para lo cual hay financiamiento.  Muchos temas nuevos fueron entonces un efecto presupuestario destinado a la sobrevivencia de las agrupaciones de agentes de gestión de conocimiento financiable. Este modelo fue traspasado integralmente al espacio de la gestión cultural como nueva franja laboral para agentes que no tenían suficiente peso para hacer  entrar en la carrera política de la Transición Interminable. El sector  cultural fue  primero un espacio de compensación política, para luego convertirse en espacio de relaciones públicas del poder municipal. 

No fue el Ministro quien planteó el debate sobre financiamiento de espacios culturales con “vocación mixta”, pero interviene el él de modo impertinente, porque su gestión al respecto carece de mesura, no es suficientemente reflexiva y no proporciona la información que corresponde. 

El problema, en todos los centros culturales, es qué entender por programación.  Algunos piensan como programadores teatrales sometidos al mercado del espectáculo y desplazan su operatividad hacia el resto de las prácticas artísticas. Pero nadie piensa en las prácticas sociales, en los ritos y en los mitos que sostienen la vida de las comunidades. 

En definitiva, señor Ministro, ¿cómo define usted el rol de un centro cultural? Y en su (d)efecto, ¿un espacio de arte?

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