lunes, 11 de enero de 2016

LA TEATRALIDAD DE SERVICIO

Mañana se firma el acuerdo y se baja el Paro de la DIBAM. Sin embargo, es preciso mencionar que  la Ministra de Teatro se acercó a los trabajadores el día de hoy y por intermedio del director del MNBA les solicitó disponer del museo para una actividad del festival.  Es decir,  con el director al lado, para garantizar la presión, solicitó “suspender” el  Paro para llevar a cabo su programa.  Los trabajadores se negaron. No insistió. Pero el síntoma es gravísimo. La voracidad de Santiago a Mil no tiene límites, incluso a riesgo de  emplear métodos que en la jerga sindical se denomina amarillismo.

El acuerdo será firmado mañana.  No vaya a ser que la Ministra piense que es  por su intermedio que se baja el Paro.  Se verá beneficiada de todos modos y podrá hacer uso del museo como un galpón eminente en provecho de una operación de intervención del espacio público. 

En el apoyo a los trabajadores de la DIBAM en Paro,  me he visto  en  la obligación de afirmar cuestiones obvias.  Ingresar a una biblioteca o a un museo exige una actitud que no se da en la condición de auditor de un espectáculo de calle.  Los organizadores de los pasacalles que nos dibujan el paisaje  exterior de enero en Santiago apelan a una idea de  participación que no es más que consolación boba. Y lo saben.

No solo se ha promovido la banalización del concepto de  intervención mediante la monumentalidad de la neo-decoración pública.  Ya adelgazaron la performance.  Ahora van con la carnavalización de la vida ciudadana. Lo he escuchado esta mañana por la radio. Eufóricos de sustituir al vandalismo estudiantil  promueven  el nuevo trato con el mobiliario público.  Al fin y al cabo, realizan un gran trabajo comunitario como prevencionistas de riesgo.  Es el “nuevo” viejo género.  Bufones. Saltimbanquis. Declamadores de opereta.  Teatralidad de servicio para el consumo de poblaciones en riesgo de convertirse en actores sociales.  Consolación bacheletista a bajo costo.  Bueno: todo el mundo tiene derecho a trabajar. 

Sin embargo, los comentadores de glosa tendrán que recurrir a la lectura de la  Paradoja del comediante, de Diderot. Existe una versión en internet con una introducción de Copeau.  Y luego, El lector, una novela de Pascal Guignard.  A veces, la novedad de algunas cosas está en el acontecimiento de su regreso como problema.  Pensemos en que el Espectáculo de Calle masacra el Trabajo  del  Libro como deseo de Política, porque exige una concentración mayor y personal; no la protección detrás de una masa ansiosa en recuperar fragmentos de infancia perdida inventada a la medida.  El libro exige el conocimiento de otros libros. Se lee para seguir leyendo.

El libro solicita silencio.  Delimitación de espacio: distinción entre lo privado y lo público.  Vivimos bajo la dictadura de una noción histerizante de lo público.  También existe la lectura en voz alta.  Pero es una práctica única, intransferible.  Meditativa. 

Una lectura da que hablar.  Obliga a montar un dispositivo de expresión.  Es un trabajo. Pero también instala una pausa, retiene, desacelera; hace que redactemos fichas, anotemos, resumamos, para poder  dibujar unos  mapas mentales. 

A fines de los años sesenta la universidad llevaba  la sinfónica a una población.  Era la gran cosa. También, obras de teatro.  Recuerdo: La historia del hombre que se convirtió en perro, de Osvaldo Dragún, en el paradero 14 de Vicuña Mackenna.  Era así como se quería entender   la relación de la universidad con la sociedad; a través de un cándido y paternalizante  programa de Extensión.  Hoy día, eso pasó a llamarse Producción de Vínculos e incide de manera específica en la “matriculosis”. 

Santiago a Mil es como el “aparato de extensión” del gobierno.   Allí donde hay que disolver indicios de conflictividad,  se monta un espectáculo para distribuir momentos concentrados de catarsis, directamente vinculados a la presencia de los cuerpos declamatorios. El texto de Shakespeare, por ejemplo,   es leído como una letanía repetida en memoria del efectivo tiempo perdido por la política criolla,  que no resiste una escena de teatro al interior del teatro que la sostiene. Y que no  puede retener lo que está más allá de si mismo y que confirma que siempre  hay algo más que podrido en la dinamarca-administrativa-y-parlamentaria.

Habría que preguntarle a las empresas que invierten en esto si sus directorios están de acuerdo en financiar un mecanismo de consolación gubernamental.  Es probable que dicho acuerdo exista y que nos enfrentemos a un particular tipo de colusión ideológica. 

Para reírnos un poco: existen proyectos de artes visuales que enfatizan en la crítica de la razón minera y que  jamás han recibido apoyo.  ¿Obvio, no?   El financiamiento es, paradojalmente, un modelo de censura blanda. Por omisión.   De modo que la financiabilidad estratégica de Santiago a Mil garantiza la permanencia de su iniciativa de carácter mixto, que demuestra ser bastante más flexible y decisiva en el destino del teatro de lo que pudiera ser un ministerio, bajo las actuales circunstancias.

En este sentido, la Ministra del Teatro ha resultado ser más eficaz que el propio Ministro de Cultura; lo que es una injusticia, porque la banalización exitosa de indicios de teatralidad desplaza el eje de atención, hacia el limbo de la simulación bien temperada para una noche de verano. Lo que hace por consiguiente es  relegar  el Paro de la DIBAM hacia una especie de inanición argumentativa,  apelando a la fatiga de los materiales en discusión.   Pero lo que ha quedado claro es que la subordinación de la DIBAM parece ser la única operación para montar un ministerio que solo estaría habilitado a gestionar el efecto  reparatorio de  prácticas minoritarias. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario